Artículo publicado en la página editorial del diario El Comercio, el 24 de marzo de 2012
Uno de los grandes
desafíos actuales es la reaparición de formas inéditas de intolerancia
cultural. La tendencia unificadora del mundo occidental contiene una carga
intrínseca de autoritarismo, en tanto aquello que no se ajuste a los patrones
de “progreso” o “modernidad” tiende a ser
desechado o destruido. El escenario favorece el rebrote de la intolerancia, que
se manifiesta a través del racismo, xenofobia y otras formas de discriminación.
Este peligroso proceso hacia el etnocentrismo ha sido potenciado
vertiginosamente por la globalización, convirtiéndose en una amenaza apremiante
para las culturas.
Una forma de
intolerancia cultural que observamos en nuestros tiempos es la propuesta de prohibir
las corridas de toros. Este caso muestra como los ideales de otra cultura han
penetrado en nuestra sociedad, enfrentando a algunos individuos con sus raíces e
identidad. Y es que la cultura dominante le ha asignado un valor absoluto a la protección
de ciertos animales, sin admitir divergencia. La intolerancia surge para rechazar
que el sacrificio del toro sea un valor aceptado en otro grupo humano, y discriminarlo
como bárbaro o inculto.
La cultura
taurina, presente en cientos de pueblos del Perú, es una de tantas que
coexisten en nuestra plural y compleja realidad. Es portadora de identidad y
valores que tienen validez entre sus miembros, al margen del juicio que terceros
hagan de ella.
La mayor
barbarie cultural es el desprecio por lo distinto, por quienes no comparten la
misma opinión. Esta clase de violencia hegemónica ha causado la destrucción de
gran parte de la riqueza de la humanidad, desde los orígenes de la
civilización.
El derecho humano
a la cultura surgió a inicios del s. XX, para proteger la libertad de las
personas de elegir y participar de su propia cultura. Es un derecho que deriva
de la dignidad humana y está consagrado en la Declaración Universal de Derechos
Humanos como en constituciones y tratados internacionales.
Ante la vorágine
de la globalización, los derechos culturales se han fortalecido en la última
década generando una corriente mundial de lucha por la protección de la
diversidad cultural que lidera la UNESCO. La finalidad es alcanzar el respeto intercultural
y tender puentes entre los pueblos como una garantía de paz.
En el Perú, la
intolerancia se asoma en un proyecto de ley que pretende prohibir el ingreso de
menores de edad a los cosos, al considerar arbitrariamente que las corridas
generan violencia. La propuesta que carece de un estudio científico que la
avale, atenta contra el futuro de la tradición, al impedir la transmisión de
conocimientos entre generaciones. El
proyecto es inconstitucional porque viola el derecho humano a la cultura y,
además, el Tribunal Constitucional ya ha reconocido que la tauromaquia forma
parte de nuestra diversidad cultural, la que debe preservarse por mandato de la
Constitución.
Los peruanos
debemos aceptar nuestra diversidad cultural para poder erradicar la exclusión y
la discriminación. La tolerancia es un pilar esencial de la democracia que debe
contribuir eficazmente a alcanzar la paz social.